Mica Papatino
5 min readJun 15, 2020

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— Tengo un retraso.

Mi vieja y yo nos miramos. Hacía poco más de un mes mi hermana había llamado a la policía en medio de la madrugada. Discutieron, Juan se fue y ella había cerrado la puerta con llave y traba. A los diez minutos él volvió y cuando se dio cuenta de que no podía entrar empezó a gritar mientras golpeaba y pateaba la puerta, que temblaba frente a su fuerza de toro rugbier.
Los chicos, de 12, 5 y 2 años estaban en el living con ella. Agarró al mayor y le dijo: van arriba y se quedan ahí escuchen lo que escuchen.

— Ana, abrime. Dale, amor. Abrime. Abrime o te rompo la cabeza. Dale. Anabella. Ana. ¿Me abrís? Anabella.

Era un dardo dulce y otro violento, uno detrás del otro. Ella, del otro lado de la puerta, le pedía hablar mañana, más despejados, hoy dormí en otro lado, no podemos hablar así Juan, por favor, mañana vemos cómo seguimos, hoy no. Por favor andate.

Juan (Llamando…)
— Que querés.

Los golpes y los gritos se alternaron con llamados por celular en los que la conversación se volvió una espiral retórica: dos emisores hablando y ningún receptor. Hasta que ella dejó de atenderlo y el cuerpo de Juan se volvió un martillo. La madera empezó a retumbar más agudo, cediendo. Mi hermana, viendo que la puerta no iba a resistir, empezaba a bajar la escalera cuando escuchó algo que la frenó. La caída helada de un tornillo al piso de madera. El martillo -él- se abrió paso, atravesó la puerta, después a mi hermana y la estampó contra la pared.

Mi hermana, su cuerpo y la pared.

La dejó ahí.

Él subió la escalera zigzagueando, se sacó la ropa y se tiró en calzoncillos sobre el sillón.

— Me volvés a dejar afuera de mi casa y te desfiguro.

— Voy a llamar a la policía.

— Pf, siempre decís lo mismo.

Era cierto. Pero algo, al menos en ella, había llegado a un tope, a un primer tope. Llamó al 911 y se quedó parada al lado de la ventana, en pijama y con la cartera colgada del hombro. A los 5 minutos vio las luces azules y bajó. No lo acusó de estar drogado ni alcoholizado porque hasta ese momento no se atrevía a hacer ese tipo de diagnósticos. No sabía qué nombre ponerle a esa violencia, no se animaba ni siquiera a terminar de reconocerla como tal. En la vereda le empezó a contar a los canas que quería que se fuera cuando Juan apareció con Zoe, de cinco años, en brazos.

— Buenas noches, oficiales. No soy alcohólico, no me emborracho. Soy un hombre que se levanta temprano que lo único que piensa es cómo generar plata para que su familia esté bien. No llegué a tiempo para cenar y mi mujer se puso loca, eso fue lo que pasó.

Un mes después mi hermana había vuelto a quedar embarazada de ese tipo.

Cuando se fue mamá y hablamos solas me dijo: no lo puedo tener.

Yo pensaba: qué hijo de puta él y qué pelotuda yo. Las dos cosas al mismo tiempo. Prácticamente no teníamos sexo y yo tomaba pastillas anticonceptivas aunque él no quería. Tenemos sexo una vez, quedo embarazada, él enseguida se lo cuenta a todo el mundo.

Desde que lo conocemos siempre había expresado un gran deseo: con Anabella quiero que tengamos 4 hijos, por lo menos. Tuvieron dos. El mayor de mis sobrinos, Benja, fue de la primera pareja de mi hermana, a los 22 años. Al poco tiempo se separó, después lo conoció a Juan y a los meses se fueron a convivir. No se entendía bien su fanatismo con ser padre, porque cuando los chicos nacían él no les cambiaba un pañal. Hacerles la comida ni siquiera era una posibilidad, jugar con ellos lo superaba, siempre terminaba dándoles el celular. Esa era su máxima interacción. La forma que encontraba para compensar era comprando chocolates y juguetes caros. Entonces: ¿qué le gustaba de ser padre?

Él siempre me decía: cuando estás embarazada es cuando estás más hermosa, me cuenta Anabella. También me cuenta que no tenía mucha variedad de amenazas. Todo giraba en torno a tres:

Sos un cáncer.

Te rompo la cabeza si te engancho con otro tipo.

Te voy a desfigurar.

Pienso que cuando una mujer se embaraza, en algún punto se desfigura. Las caderas se ensanchan, los tamaños del cuerpo se descontrolan. El cuerpo que siempre tuvimos muta. En otro aspecto, siguiendo la lógica machista e insegura, también es una forma de ser marcada. Esta hembra es de alguien, alguien que tiene pene y es viril.

Mi hermana me dice no lo quiero tener y yo pienso en los hechos: embarazarla es endeudarla con él, que la tiene que seguir manteniendo. Mientras haya nuevos niños no hay posibilidad de un trabajo que le de independencia, tampoco de que se despeje, de que tenga algún tipo de actividad como ser individual. No hay mujer con hijos, solo hay madre. Por eso él se enoja cuando le encuentra las pastillas anticonceptivas. En el peor momento de la relación, para sus oídos la noticia es un bálsamo. Alimento temporal a su seguridad de macho.

Rápido, agarro el celular. Googleo. Me entero que hay una droga, Misoprostol, que sirve para abortar de forma casera. Es el método menos intrusivo y tiene gran porcentaje de efectividad. Pienso. Le escribo a un amigo que trabaja en una farmacia, le cuento la situación. Venden y tienen. Podemos comprarlo esta tarde. Mi hermana maneja, llegamos a la puerta y bajo. No está mi amigo. Hay un señor grande detrás de la reja-mostrador. Menciono el nombre de mi amigo y digo el de la droga. El hombre me contesta con un “Sí”, incómodo, compro 12 pastillas. Salen una fortuna. El señor no me vuelve a mirar a los ojos. Digo gracias y salgo.

¿Y si mi cuerpo reacciona mal? ¿Y si el aborto sale mal, el embarazo sigue su curso y le genero un daño al feto? ¿Y si el aborto no funciona y el bebé nace? ¿Cómo vivo con la culpa de haber querido abortar?

Se fue a dormir. Al día siguiente sintió al coágulo de sangre cayendo sobre su bombacha. Me mandó un mensaje y me puse contenta.

Nunca se lo contamos a nadie.

Para escribir esto hablé con ella, con mi hermana. Recién hoy, 6 años después, pude sentir miedo de que algo saliera mal. En su momento fui absolutamente fría. No me di el permiso de sentir otra cosa, ahora también me digo: no podía, mi hermana necesitaba que fuera así. Yo no me pensaba como feminista ni tenía una idea formada del tema aborto. No era un tema de agenda. Todo lo que sabía era lo que estaba viviendo ella, el evidente rol controlador que ocupaba la maternidad en esa relación. Fue el primer paso para que empezara a salir de ahí.

Se separó dos años después, cuando las violencias se volvieron aún más concentradas y paralelamente corrió la noticia de que él había acosado a una menor. Recién ahí, después de 12 años de relación, se animó a hacer una denuncia formal, pedir la perimetral, el botón antipánico.
En esa época no dormíamos. Cada mujer que desaparecía o que aparecía asesinada en los medios me hacía pensar en mi hermana.

Pienso que no tuvimos otra cosa más que a nosotras mismas. Y suerte.

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