religiosísima

Mica Papatino
3 min readJul 19, 2021

Una vez por mes hay misa en el colegio. Ese día siempre me levanto de la cama con más ganas porque perdemos una hora de matemáticas y porque es mi momento de hablar con dios. Nos llevamos muy bien. A veces me confieso. A través del cura le cuento cuando le miento a mi mamá, cuando siento envidia de una compañera o cuando me guardo alguna moneda que encuentro en el cuarto de mi hermano. No entiendo por qué tiene que estar el cura en el medio pero no importa. El tema es que dios siempre me perdona. Después de esa charla me siento más liviana. Pero la misa es otra cosa. Durante las misas presto mucha atención a lo que dice el cura para que me entre bien toda la magia del espíritu santo. Una vez que paso la puerta, todo movimiento que hago es serio e importante. No hablo con mis compañeros, no dejo que nadie interrumpa mi reunión con dios. Escucho mucho al sacerdote. Si pregunta algo, siempre le respondo. Me gusta el silencio que hay durante las misas. Los bancos crujen un poco cada tanto. Es como si respiraran así. Tengo muchos momentos favoritos: uno es cuando suena la campanita. En la iglesia todo suena mejor. Cuando cierro los ojos siento que el lugar es mucho más grande. Me gusta el momento de dar la paz y darle besos a las personas que tengo cerca. Me gusta decirles: “La paz esté contigo”. También me gusta sentarme al lado de Alan, el chico que me gusta, así le puedo dar un beso en el cachete. Ese momento también me gusta porque puedo relajarme por unos segundos. Cansa un poco mirar para adelante tanto tiempo, estar atenta a todas las consignas, escuchar todas las reflexiones. Siempre pienso en mis hermanos muertos. Cuando voy a misa también siento que estoy con ellos. Me encanta el momento en el que el cura José toma el vino y come la ostia, eso significa que pronto vamos a hacer fila para que nos den ostias a todos. Me gustaría que nos den de probar el vino también. ¿De qué color será? Supongo que es como el otro vino que toman en casa pero a éste nunca lo veo, pasa muy rápido de la jarra plateada a la copa. Me parece muy linda la copa donde se sirve. Hay gente que abre la boca para que el cura le ponga la ostia en la lengua. No me gusta eso, me da vergüenza. Yo elijo poner mis manos como un cuenco. El cura alza la ostia, dice “cuerpo de cristo”, yo le respondo “amén”, me concentro mucho en dios, me llevo la ostia a la lengua y la pego al paladar. En mi banco, rezo de rodillas un rato hasta que la ostia se disuelve en mi boca, dejándome la boca pastosa. Me comería diez juntas. Hay canciones de misa que me encantan. Las canto en casa, me las sé de memoria, pero siempre las leo del cancionero. Me gusta leer de ahí, compartiéndolo con la persona que tengo al lado. Me gusta que mi voz se distinga de las demás. Si canto lindo y distinto, dios me va a escuchar mejor.

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