En la deep cuarentena

Mica Papatino
3 min readJun 24, 2020

Entonces acá estamos. Nadie nos prometió un jardín de rosas. Nos dijeron “esto también pasará”, esa súper frase donde papá siempre destaca que la palabra más importante es también, porque indica que ya hemos sufrido otras veces por otras cosas hasta que pasaron y estuvimos bien hasta que pasó otra cosa grave y así. Pero nadie dijo qué es “esto”, a qué se refiere la frase con esto. Esto puede ser una situación problemática pero también lo bueno, también nosotros, la humanidad, la libertad de caminar y salpicar saliva sin que eso implique un atentado a la vida de otras personas o de nosotros mismos.

¿A quién le preguntamos? ¿De qué nos agarramos, con quién nos enojamos? Sería al menos aliviador si hubiera un 0800 COVID para putear a un trabajador precarizado. Después iríamos a Twitter y nos quejaríamos por la falta de respuesta o de solución. Nada mejoraría pero al menos nuestro enojo en parte se canalizaría aunque luego nuestro reclamo se pierda en un proceso burocrático. Estamos acostumbrados a eso.

Entonces, acá estamos, decía. Tengo ganas de hacer algo que ayude y lo único que puedo hacer para ayudar es quedarme quieta. Llamar a mi mamá por Whatsapp, verla un rato, hacerla reír. Escucharla. Comprarle un libro a mi sobrina, mandárselo y esperar que lo lea y que esa sea una forma de abrazarnos. Ayer mamá me dijo que extrañaba pasear y sentarse a tomar un café con leche en algún lugar. También me dijo que extrañaba ir al cine, pero la escena del café con leche me sacudió porque es algo que yo también amo hacer, que amo hacer con ella, es un poco nuestro clásico. Que no es lo mismo que juntarnos en casa a merendar. La salidita, caminar por ahí y después terminar en un lugar con luces cálidas, que ella se ponga aros y rímel, quizá taquitos. Verla sentada enfrente mío coqueta, con el pelo colorado corto, pintado. Y que nos riamos de un montón de cosas pero también que nos peleemos porque yo quiero que ella gaste en cosas para auto mimarse, que invierta en cosas que la hagan feliz, como ir a bailar, a canto, como comprarse algo para ella y nada más que para ella, y que revolee los ojos y me diga naaa, yo no necesito nada, estoy bien así. La discusión porque quiero que tenga todo por lo que sufrió y por todo lo que ha dado, para compensar, digamos, y que la balanza al final sea superavitaria, devolverle todo su amor, que su dolor vuelva hecho risas y bailes y cafés con leche en lugares lindos con mesitas al sol.

Ahora nos vemos por videollamada y el pelo le creció un montón y yo me vuelvo loca pensando cómo se podría cortar el pelo, quién podría cortarle el pelo, para prepararla para nuestras salidas, que espero que vengan, pero ahí me ataca la pregunta de: ¿y si vienen dentro de mucho? Eso es lo que todos nos preguntamos ahora y lo que ahoga, porque en los otros países la cosa no está mejor, vuelven a tener rebrotes porque la gente se confía y porque piensa que ya pasó, que ya tuvimos bastante de pandemia y en ese acto volvemos a caer. Presos y carceleros.

A nuestras angustias, a nuestros enojos más profundos, sea cual sea, necesitamos ponerle un rostro, un nombre. Nos alivia dirigir nuestra ira, nuestra bronca contra algo específico. A veces el tirito nos sale mal, como en el pinball, que pensás que estás apuntando para un lugar y al final le pegás re lejos, nada que ver. Por eso muchos a la angustia le ven cara de cuarentena. Ojalá fuera tan fácil, ojalá fuera cuestión de sacar la cuarentena y que estemos bien, pero no. A mí tampoco me va mejor con esa proyección, porque a la angustia también le pongo imagen. Le veo cara de mesa de lugar lindo vacía.

--

--